Flexibilidad, eficiencia y respuesta al cliente: las claves del método Agile

11/07/2019

Agile
Agile. Solo su nombre nos da ya muchas pistas sobre esta método de gestión que nació en los años 90 de la mano del sector del software y las nuevas tecnologías. Se trataba de conseguir la agilidad que las metodologías tradicionales eran incapaces de lograr. Flexibilidad, eficiencia y reducción de errores son los tres pilares fundamentales de un sistema que posibilita a las empresas liberarse de la rigidez, ser más rápidas y trabajar en entornos más productivos y colaborativos.
Para conseguirlo, los equipos Agile están formados por varios equipos multidisciplinares, que trabajan juntos, codo con codo, durante todo el proceso, aunque cada uno de ellos se dedique a un aspecto en concreto. En cada uno de estos subequipos participan expertos de todas las disciplinas, desde los negocios a la tecnología o el diseño de software y su forma de trabajar es en ciclos muy cortos que varían dependiendo del proyecto en concreto. Todos los miembros saben exactamente en qué están trabajando y cuáles son los objetivos y plazos para lograrlos. Comparten constantemente las metas del proyecto y su evolución y así consiguen tener muy claro el estado de todo el proceso y de su cumplimiento.
Uno de los principales objetivos de este método es mejorar la capacidad de respuesta a las necesidades del cliente. Para ello, Agile establece un producto mínimo variable que se entregará en un plazo corto a dicho cliente, aunque se vaya mejorando a lo largo de todo el proceso hasta que esté perfecto. Estos objetivos a corto plazo ayudan a trabajar a más velocidad, con mayor eficiencia y consiguiendo más engagement de los empleados, pues les da pleno control sobre sus responsabilidades.
Este modelo de gestión se basa en el Manifiesto Agile. Se publicó en la década de los 90 y sustenta el método en 12 principios:
  • Satisfacción del cliente. Se alcanza gracias a la entrega progresiva de productos de valor que vayan cubriendo las necesidades y etapas concretas del proyecto.
  • Nuevos requisitos. Cambiar sobre la marcha no es un paso atrás. Toda sugerencia o solución que mejore el producto es bienvenida. De hecho, los equipos ágile realizan sesiones diarias en las que cada miembro tiene que explicar qué tareas ha completado, cuáles va a hacer y que impedimentos no les permiten avanzar.
  • Entregas por semanas. La división de trabajo en fases progresivas es la base de la metodología. En lo posible se debe ejecutar una cada semana.
  • Medir el progreso es posible. La evolución de los procesos no se basa en un elemento subjetivo sino que se puede valorar con indicadores concretos.
  • Desarrollo sostenible. La ejecución de los proyectos debe garantizar en sí misma su continuidad.
  • Trabajo cercano. Los líderes del proyecto deben de ejercer su labor en el mismo terreno donde trabaja el resto del equipo, no desde los despachos.
  • Conversación cara a cara. El gestor debe comunicar sus mensajes de forma eficaz y mejor si lo hace de manera presencial. Se recomiendan reuniones periódicas tanto con los colaboradores como con el cliente.
  • Motivación y confianza. El proceso solo tendrá éxito si quienes lo realizan están motivados e interactúan en climas de confianza y solidaridad.
  • Excelencia técnica y buen diseño. Las formas y la calidad del trabajo nunca deben perderse.
  • Simplicidad. Las tareas deben ser lo más sencillas posible. Si alguna es compleja debe dividirse en interacciones hasta que se reduzca ese nivel de complejidad.
  • Autogestión de los equipos. Una figura debe monitorizar los quipos pero éstos deben organizarse por sí mismos. El exceso de jerarquías crea dependencia entre los colaboradores.
  • Adaptación a las circunstancias cambiantes. Los proyectos suelen cambiar a lo largo de todo el proceso y es imprescindible que quienes los ejecutan sepan adaptarse a las distintas circunstancias que puedan surgir.
 Un método de trabajo que tiene múltiples ventajas y que sigue ganando adeptos.
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